Los Estados Unidos y sus aliados europeos se preguntan estos días qué hacer en Siria, habiendo reconocido a la oposición como legítimos representantes del pueblo serio pero mostrándose reticentes a intervenir en un conflicto del que no habría salida fácil. Pero si se retrasan mucho, los aliados occidentales pueden llegar demasiado tarde a la fiesta, en tanto que ya hay otros actores internacionales que llevan tiempo apoyando a los rebeldes y preparándose para el fin del régimen de Bashar al-Assad: entre ellos un diminuto emirato en mitad del golfo pérsico llamado Qatar.
Fue en Doha, la capital qatarí, donde el mes pasado se fundó la nueva coalición de opositores sirios, la Coalición Nacional Siria para la Oposición y Fuerzas Revolucionarias. Poco después Qatar se convirtió en el primer estado soberano en solicitar un embajador a esta Coalición. Esto después de haber expulsado al embajador sirio en febrero de este año y haber retirado al suyo de Damasco en respuesta a la violencia del régimen, que el gobierno qatarí ha tildado de “genocidio“. Hace ya casi un año que el gobierno sirio acusó a Qatar de apoyar a los rebeldes, y ahora se sabe que además de financiación este apoyo ha incluido -como poco- lanzamisiles tierra-aire. Todo esto a pesar de la creciente preocupación de los países occidentales sobre la posibilidad de estar armando grupos islamistas.
El protagonismo de Qatar en Siria no es más que una repetición de su papel en Libia el año pasado, cuando fuerzas especiales qataríes se infiltraron en el país para proporcionar apoyo a los rebeldes y supervisar el tráfico de armas clandestinas desde Sudán. Qatar también contribuyó a la operación internacional de control del espacio aéreo con seis cazas y dos aviones de transporte (más que España, por cierto), y fue el segundo país (tras Francia) en reconocer a los rebeldes como el gobierno legítimo de Libia.

Libia señaló la transición del rol internacional de Qatar de mediador, como ya hiciera en Sudán, a actor en plena regla, como está demostrando en Siria. Pero ¿qué sabemos de esta nueva potencia en la geopolítica de Oriente Próximo?

Qatar es un diminuto país de unos 11.000 km² (un poco más grande que la provincia de Huelva) situado en la costa del Golfo Pérsico, con frontera terrestre con Arabia Saudí y muy cerca de los Emiratos Árabes Unidos. Su población no llega a 2 millones de personas, pero su producto interior bruto es superior a 180.000 millones de dólares, lo que significa una renta per cápita de más de 100.000 dólares al año. La mayor parte de esta riqueza proviene de la exportación de petróleo y gas natural, pero en la última década Qatar ha potenciado su industria del conocimiento y su sector financiero, aspirando a convertirse en el gran centro financiero internacional en la región de Oriente Próximo y el Índico. Sólo hay que ver CNN Internacional durante un par de horas para comprobar la cantidad de anuncios sobre fundaciones, empresas y parques tecnológicos qataríes.

Qatar es un ejemplo perfecto del despotismo ilustrado del siglo XXI que podemos encontrar en otros miniestados como Singapur. La dinastía Al Thani gobierna el país como monarquía absoluta desde 1825, apoyados por un consejo de ministro y una asamblea asesora cuyos miembros son designados por el emir o monarca. A pesar del gobierno absolutista, Qatar no es una dictadura corrupta: de hecho ocupa el puesto 27 en el ránking global de corrupción de Transparency International, 3 puestos por delante de España. Su Índice de Desarrollo Humano lo sitúa por encima del resto de países árabes y de la media mundial, en el puesto 37 de la clasificación (España está en el 23). Y en cuestión de derechos de las mujeres Qatar también se sitúa por delante de muchos de sus vecinos, permitiéndoles votar y competir por posiciones electas; como anécdota, el país envió tres mujeres atletas a Londres estas pasadas olimpiadas.
En política internacional Qatar es uno de los miembros originales de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, pertenece a la Liga Árabe, y fue uno de los fundadores del Consejo de Cooperación del Golfo. A lo largo de los años ha mediado en los conflictos del Sáhara Occidental, Yemen, Etiopía-Eritrea, Líbano, Somalia, Darfur e Indonesia.
Aunque probablemente la principal fuente de “poder blando” de Qatar en el mundo sea la cadena de noticias por satélite Al Jazeera (“La Isla”). Aunque conocida al principio en Occidente por ser vehículo de difusión de mensajes de Osama bin Laden, Al Jazeera se ha convertido en la cadena de noticias más popular en el mundo árabe, y no repara en gastos cuando se trata de cubrir conflictos y manifestaciones en la región (recomiendo ver el documental Control Room, sobre la oficina de Al Jazeera en Irak durante la invasión americana). Esto ha provocado la aparición de rivales esponsorizados por Arabia Saudí (Al Arabiya, “La Árabe”) y Estados Unidos (Al Hurra, “La Libre”).
Desde el año 2006 Al Jazeera tiene una versión en inglés, Al Jazeera English, que se ha convertido en la mejor y más importante cadena de noticias global para el mundo en desarrollo, proporcionando cobertura a crisis y acontecimientos en África, Asia y América Latina con un nivel de detalle y sofisticación desconocido en la CNN o la BBC. Aunque la cadena ha recibido acusaciones de sesgo político favorable a la dinastía a la que pertenece, la verdad es que cuando pasa algo más allá del Atlántico norte es la primera cadena a la que acudo para informarme.
Aún es pronto para saber exactamente qué tipo de papel adoptará Qatar en el mundo post-Primavera Árabe, en especial si se decantará más por sus aliados occidentales o por sus aliados islamistas. Lo que está claro es que ya no es posible ignorar a una nueva gran potencia cuyos esfuerzos están ayudando a transformar cómo entendemos el mundo.