Personalmente no me han sorprendido los varios escándalos de espionaje destapados a raíz de las filtraciones de Edward Snowden: ni las millones de llamadas pinchadas en España entre diciembre de 2012 y enero de 2013, aunque la escala sea llamativa y el énfasis cuestionable (¿España? ¿De veras?); ni el espionaje de Angela Merkel para intentar averiguar quién es la verdadera mujer bajo la canciller. No me sorprende porque Estados Unidos, sencillamente, no confía en Europa ni en los europeos. Nosotros pensamos que somos aliados constructivos de Estados Unidos, camino de ser un poder global mediante la Unión Europea, que estamos construyendo un orden internacional más justo, y que somos indispensables para el orden internacional. Al otro lado del charco muchos analistas e interlectuales desmentirían todas y cada una de esas creencias.
Europa la cobarde
El fin de la Guerra Fría descalabró el bloque occidental, especialmente cuando el paraguas militar de Estados Unidos dejó de parecer indispensable para la supervivencia de las democracias de mercado liberales en Europa y Asia. Cuando el 11 de Septiembre nos cogió a todos por sorpresa Estados Unidos invocó las antiguas alianzas -y la casi caduca OTAN-, y los Europeos respondimos de forma rápida y sustancial. O al menos eso creímos nosotros. El aparato de seguridad nacional de Washington nunca dejó de preguntarse porqué tenía que compartir el mando de la Fuerza Internacional de Estabilización de Afganistán (ISAF) con países que apenas contribuían tropas y -por lo tanto- apenas sacrificaban vidas como lo hacían ellos día tras día.
El desacuerdo en torno a la invasión de Irak en 2003, con Francia y Alemania boicoteando activamente la posición estadounidense, no hizo más que agriar la bilis que ya se iba acumulando en Afganistán. Más aún, con la excepción de Reino Unido, los europeos que se apuntaron a la “Coalition of the Willling” (incluyendo España) apenas aportaron tropas a una ocupación sangrienta. Por aquel entonces empezaron a circular teorías y argumentos como aquél que decía “los americanos son de Marte, los europeos son de Venus”. La desconfianza en torno a Europa como aliada estratégica no murió con el fin de la administración Bush. En Irán, Libia y Siria la administración Obama se las ha tenido que ver con unos socios europeos impredecibles y -desde su perspectiva- timoratos. El que sea Francia el país europeo más dispuesto a la intervención no facilita las cosas, pues esos “monos derrotistas comedores de queso” (en palabras del inigualable Willie de Los Simpsons) siempre barren para casa y tienden a plantearse como alternativa a EEUU.
Europa la oportunista
La relación EEUU-Europa se ha agriado en parte como resultado de dos interpretaciones completamente opuestas sobre lo que significa la integración europea, y el potencial que puede tener la UE como actor global en un futuro.
En Europa la narrativa de la integración tiene que ver con las ideas y sabiduría política de los “padres de Europa”, cuya criatura fue creciendo pasito a pasito de unión del carbón y el acero, a unión aduanera, a moneda única, hasta una unión más o menos política. En Europa la integración es un sueño, una visión de la superación del nacionalismo que fuerza a los ciudadanos a manifestarse como europeístas o euroescépticos. Europa, desde este punto de vista, es una ideología de progreso fraguada en la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos la integración europea se ve como la formación de un bloque económico resistente al comunismo bajo el paraguas de seguridad americano. Esta interpretación, popular entre la comunidad de política exterior de Washington, postula que Estados Unidos hizo posible y animó la integración europea como una estrategia más de contención del bloque soviético. Por lo tanto los europeos actuales deberíamos estar agradecidos a Estados Unidos por haber servido de comadrona a nuestra unión.
Europa la controladora
La Unión Europea, como sueño de integración internacional, es un microcosmos de lo que podría ser un verdadero gobierno global. En contraste con unas Naciones Unidas oxidadas y anquilosadas, Europa legisla sobre los estados miembros, impone los veredictos de sus tribunales internacionales, y supedita las prioridades nacionales al bien común. La mentalidad legalista que nos anima es parte esencial de nuestra política exterior: los europeos han promovido nuevos tratados y convenciones internacionales de todo tipo, como la Corte Penal Internacional, el tratado sobre armas pequeñas, o las iniciativas contra el calentamiento global. En ocasiones he dicho que en política exterior Europa actúa como un virus, intentando replicarse allá donde va.
En cambio los Estados Unidos fueron fundados con un escepticismo visceral respecto al sistema internacional: el propio George Washington advirtió a sus compatriotas contra el peligro de “enredar nuestra paz y prosperidad en las penurias de la ambición, la rivalidad, el interés, el humor o el capricho europeos”. El que EEUU se haya convertido en hegemón global, fundando el sistema ONU y el orden económico mundial, no significa que este escepticismo -a veces aislacionista- haya desaparecido. De hecho si acaso se ha reforzado bajo el empuje legislador de los Europeos, rechazando cualquier tratado que suponga una “vulneración” de la soberanía nacional y multiplicando el número de acuerdos bilaterales que escudan a EEUU de responsabilidad internacional (por ejemplo, respecto a la Corte Penal Internacional.
Para los más conservadores el instinto legalista europeo no es más que una treta liliputiense para controlar al gigante americano.
Europa la prescindible
Finalmente, entre europeos y americanos existe una disparidad radical de interpretación sobre el futuro papel de Europa en el mundo. Nosotros vemos a la Unión Europea como una potencia global civil, usando el comercio, la ayuda humanitaria, y el derecho como contrapunto al poder militar americano. En cambio, los americanos ven a Europa como una potencia imposible, debido a la falta de unidad en política exterior y el poco apetito para la intervención internacional. En el mejor de los casos la UE es un poder económico a tener en cuenta; en el peor de los casos Europa es un actor -o un grupo de actores- cuya fecha de caducidad ya ha pasado.
El auge de China, el posible renacimiento de Japón, la consolidación de India, la tenacidad de Rusia, el crecimiento de América Latina… Todos estos factores debilitan la importancia relativa de Europa en los despachos de política exterior estadounidense. De ahí el “giro hacia Asia” que con tanto bombo proclamó Obama en su primera legislatura. El centro de gravedad del mundo está migrando del Atlántico al Pacífico, y cuando por fin se produzca el cambio Europa quedará como un destino turístico poblado por jubilados protestones.
Cobarde, oportunista, controladora y prescindible: así se ve a Europa en algunos círculos del Estados Unidos post-11 de septiembre. ¿Sorprende entonces que se dediquen a espiarnos?