Barack Obama logró anoche salir reelegido como presidente de los Estados Unidos de América para un segundo -y último- mandato de cuatro años. Obama ha dejado atrás su última campaña política por un cargo electo, habiendo sobrevivido a la peor crisis económica reciente de su país y a un sector del electorado irracionalmente opuesto a su liderazgo. Lógicamente muchos se preguntan hoy si el presidente se sentirá lo bastante reforzado como para honrar al fin algunas de sus promesas incumplidas de 2008 o recuperar el optimismo y la esperanza que acompañaron su llegada al poder. El problema es que por mucho que él quiera cambiar las cosas en su país y en el mundo, a Obama le quedan básicamente dos años de relevancia, y eso asumiendo que logre sacar al gobierno americano de su parálisis actual.
La política de la campaña permanente
Ayer los estadounidenses votaron a un presidente, pero también a 33 de los 100 senadores y a todos los 435 representantes. En tan sólo 24 meses Estados Unidos volverá a afrontar una elección de mitad de mandato (“mid-term election”) en la que otros 33 senadores y los mismos 435 representantes se presentarán a la reelección. Y dada la falta de reglas limitando la duración o la financiación de campañas electorales (algo que sí tenemos en España), es posible que dentro de año y medio como mucho todos esos representantes políticos estén más pendientes de sus propias campañas que de gobernar. Más aún, para obtener apoyo de sus respectivos partidos en sus distritos y estados muchos de estos representantes puede que se muestren más partidistas de lo normal, rechazando intervenir en cualquier acuerdo o proyecto de ley bipartidista por miedo a ser desafiados en las primarias.
Después de las “mid-terms” de 2014 comienza también otra campaña: las primarias para elegir candidatos para las elecciones presidenciales de 2016. Este año el partido demócrata tenía un candidato por defecto en Barack Obama (raro es que un presidente sea desafiado por su propio partido en unas primarias; recientemente sólo le ha ocurrido a George H. W. Bush en 1992, antes de ser derrotado por Bill Clinton). En cambio los republicanos no tenían este año a un candidato claro, lo que ha llevado a un proceso de selección muy largo y agotador, con 15 debates públicos entre candidatos antes de que los militantes pudiesen siquiera votarles en ningún estado. El propio Mitt Romney comenzó su campaña presidencial en mayo de 2011. Nada impide que las primarias demócratas sigan el mismo patrón, comenzando en el invierno de 2014-2015 (como ya lo hicieron en 2006-2007), lo cual relegaría al presidente Obama a un plano secundario durante buena parte de su segundo mandato.
Un congreso dividido
Incluso aunque pueda disfrutar de dos años de protagonismo público y político, Obama se enfrenta al mismo problema que ha tenido desde las “mid-terms” de 2010: un congreso dividido. El Congreso de Estados Unidos tiene dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes, y cualquier proyecto de ley necesita ser aprobado por ambas antes de ser firmado por el presidente. Al contrario que en España y muchos países europeos, donde la cámara alta puede ser ignorada sin muchas complicaciones, en EEUU cada cámara tiene poder de veto real sobre toda ley. En las elecciones de ayer, los demócratas mantuvieron su tenue control del Senado, mientras que los republicanos mantuvieron su control de la Cámara. Eso significa que Obama no podrá firmar ninguna ley a menos que se lo consientan los representantes republicanos.
El 112º Congreso (2011-2013), dominado por republicanos y estridentemente anti-Obama, ha sido el peor de la historia reciente de Estados Unidos, aprobando menos leyes que cualquiera de los anteriores en los últimos sesenta años y dedicándose a votar en más de 30 ocasiones la reocación de la ley de sanidad de Obama a pesar de saberse de antemano que no había suficientes votos a favor. Como resultado se ha convertido en uno de los congresos más impopulares de la historia, despertando menos simpatías entre los americanos que Hugo Chávez o Paris Hilton. Si el 113º Congreso (2013-2015) se parece en lo más mínimo a su predecesor, Obama tendrá poco que hacer en política interior, ya que probablemente cualquier nueva legislación sobre inmigración o cambio climático (dos grandes desafíos no resueltos) se estrelle cual Titanic contra el obstruccionismo de la Cámara de Representantes.
Gobernando para los libros de historia
Sin la posibilidad de tener un gran efecto sobre la política interior de su país, lo más probable es que Obama se vuelque en cuestiones de política exterior. Dicho lo cual, a falta de una supermayoría demócrata en el Senado capaz de superar el filibusterismo republicano, el presidente no podrá conseguir la ratificación de casi ningún tratado que asemeje mínimamente una “cesión” de poder americano a la comunidad internacional. Eso se aplica tanto a la Corte Penal Internacional como a nuevos tratados medioambientales o comerciales que el resto del mundo -europeos, latinoamericanos, africanos y asiáticos- considera urgentes. Las guerras de Irak y Afganistán han ido terminando por propia inercia y desidia internacional, y después habrá poco que Obama pueda hacer para cambiar la política antiterrorista: los drones seguirán siendo la principal arma en el arsenal global americano, y la cárcel ilegal de Guantánamo seguirá abierta mientras ningún estado dentro de Estados Unidos acepte acoger a sus presos.
En última instancia, a medida que se atisbe el final de su segundo mandato el presidente Obama comenzará a gobernar con un ojo puesto en los libros de historia, como lo han hecho todos sus predecesores antes que él. Es posible que adopte una política más decidida respecto del conflicto israelo-palestino, como ya hicieran Clinton y George W. Bush en su momento. Podría también firmar algún tratado internacional importante de forma puramente simbólica, como hizo Clinton con el Tratado de Roma de la Corte Penal Internacional a pesar de saber que el Senado nunca lo ratificaría (más tarde Bush llegó a “des-firmar” el tratado de forma igualmente simbólica). Y respecto a su actitud hacia aliados y poderes emergentes poco podemos predecir ahora mismo, especialmente sabiendo que Hillary Clinton se retira como Secretaria de Estado tras haber resucitado la diplomacia americana y haber restaurado durante cuatro añas la reputación exterior de Estados Unidos.
Así pues, por desalentador que resulte, los no-americanos que seguimos con tanto interés y recelo la política americana deberíamos ser más bien prudentes en nuestras expectativas respecto a Obama 2.0: el presidente ha sido reelegido, sí, pero el sistema político que le rodea apenas ha cambiado.
Creo que el hecho de que los congresistas tengan un mandato de tan solo dos años es uno de los mayores problemas de la democracia americana. Eso les lleva (casi les obliga) a estar permanentemente en campaña, com lo que el Congreso se convierte en una cámara volatil y obstruccionista. Yo ampliaría la legislatura a cuatro años, eliminando las elecciones concurrentes con las presidenciales y conservando las elecciones a mitad de mandato, porque así se puede romper la dinámica de cuatro años de “foto fija”.
Creo que sería una idea estupenda. Sin embargo, en un país tan tradicionalista como EEUU (en el que no se cambian ni las normas no escritas del Senado) dudo mucho que se alteren los mandatos del congreso. El problema es que se creó en un tiempo en el que no existían las campañas electorales, cuando dos años parecía un ciclo adecuado para reflejar el sentir popular, así como seis en el Senado parecía lo bastante largo como para frenar ese sentir. Pero vamos, que los americanos son igual de reticentes que nosotros a la hora de tocar su constitución.