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Nairobi: África ya no es segura

A medida que he seguido en las noticias estos días los trágicos acontecimientos del ataque terrorista al centro comercial Westgate en Nairobi (la capital de Kenia), no he podido evitar que me venga a la cabeza una pregunta más abstracta y general, quizás más distante de esta tragedia concreta pero para mí y muchos conocidos y amigos bastante más preocupante: ¿ha dejado de ser África un lugar seguro para los occidentales?

Nairobi, capital de Kenia

Cuando he viajado por estudios o trabajo a cualquier país africano -y ya van unos cuantos: Kenia, Uganda, Mali, Sierra Leona, Liberia y Ghana– lo más normal es que familiares y amigos me pregunten si esos sitios son seguros, si se pueden visitar así como así. Siempre he entendido esta pregunta, porque inevitablemente el África que sale en las noticias es la de las guerras civiles, crimenes contra la humanidad y catástrofes humanitarias. Lo que no se comenta en las noticias, lo que poca gente que no ha visitado estos países sabe, es que en realidad África ha sido un lugar increíblemente seguro para los occidentales.

Nunca me he sentido amenzado ni he tenido ningún problema en un país africano. Cuando los extranjeros se enfrentan con complicaciones durante sus estancias suele ser en forma de robos y timos, lo cual es de esperar cuando se mezclan países tan pobres con visitantes tan ricos. Yo nunca he llevado ropa ni objetos ostentosos, y mi costumbre de andar por las calles y coger transporte público ha generado más sorpresa y curiosidad que hostilidad. Ayuda que como español barbudo y moreno me parezca bastante a los libaneses que tanto abundan por África occidental. Pero en general nunca he tenido problemas ni he conocido a gente que los tenga. En el ránking de regiones peligrosas probablemente América Latina y partes de Asia y el Magreb ocupen la parte alta; el África subsahariana está al final.

¿Por qué es África tan segura para un occidental como yo? Existen varias razones. La primera es una especie de “racismo positivo” heredado de la deplorable ocupación colonial de gran parte del continente: en África no soy español ni europeo, sino hombre blanco, y como tal puedo esperar un cierto respeto y deferencia, salir airoso de encuentros con la policía sólo con buenas maneras y algún soborno, y en general tener una estancia bastante pacífica.

La segunda razón es más bien pragmática: Durante las últimas dos o trés décadas, la mayoría de países africanos han dependido de la ayuda al desarrollo proporcionada por los países occidentales. Ahora los gobiernos pueden recurrir a China, Brasil, o a los mercados financieros internacionales, pero hasta hace poco la regla no escrita era “no se molesta a los occidentales“, bajo la premisa de que cualquier tragedia generaría mala publicidad y un inevitable recorte de la ayuda.

Por último, la tercera razón para la seguridad de África es el hecho de que al jihadismo global de al-Qaida y sus seguidores y emuladores le ha costado bastante penetrar en el continente. Esto parece tener dos explicaciones. Por un lado el Islam se expandió originalmente por África subsahariana en su variedad sufí, que es mucho más mística y menos proselitista que las sectas sunní y chií que ejemplifican, respectivamente, Arabia Saudí e Irán. Por otro lado las tradiciones espirituales de muchos pueblos africanos han favorecido el sincretismo entre creencias, lo que ha llevado a híbridos de Cristianismo o Islam con creencias locales y a una convivencia pacífica entre religiones. En Sierra Leona, que era mitad cristiana y mitad musulmana, lo verdaderamente importante no era en qué creías, sino creer en algo.

De estas tres razones -herencia colonial, dependencia económica y sincretismo religioso- es la tercera la que se ha debilitado en los últimos años, a causa de dos fenómenos transnacionales. Parte de la culpa la tienen los saudíes, cuyos petrodólares financian mezquitas y madrasas ultraconservadoras por todo el mundo, propagando la versión más estricta del islamismo wahhabí. En este contexto han empezado a enraizar grupos extremistas más o menos afiliados con al-Qaida, que se han adentrado en la tierra de nadie que es el Sahel, al norte de Mali, Níger y Mauritania y al sur de Libia, Argelia y Marruecos; así como en el cuerno de África como apósito al islamismo somalí.

Así se explican los secuestros de occidentales en el norte de Mali o en Mauritania, por lo general orquestados por tuaregs que no son islamistas sino pragmáticos,  “vendiendo” a los rehenes a al-Qaida en el Magreb a cambio de cuantiosas recompensas. Y así se explican también los ataques de la milicia terrorista al-Shabaab en África oriental, como el atentado bomba de Kampala, capital de Uganda, en julio de 2010, o el ataque al centro comercial en Nairobi estos días pasados. No ayuda que tanto Kenia como Uganda tengan tropas en Somalia como parte de una misión internacional que las potencias occidentales financian y apoyan pero a la que no mandan sus propias fuerzas armadas ni locas.

La distancia entre mi hotel en 2008 y el centro comercial Westgate: 1km según Google Maps

Mientras tanto Nairobi, la sede africana de la ONU, innumerables organizaciones internacionales y ONGs, ha dejado de ser una ciudad segura. Hasta ahora los episodios de violencia local solían enfrentar a tribus y grupos étnicos, como ocurrió tras las elecciones de diciembre de 2007. Yo estuve allí durante ese conflicto, en un hotel en el barrio rico de Westlands, a un paseo del centro comercial Westgate que ha sido escenario de las matanzas estos días. En aquella época, a pesar de las convulsiones que atravesaba el país, nunca llegué a sentirme inseguro. Después del último ataque de al-Shabaab ya no lo tendría tan claro.

Los occidentales han dejado de ser testigos y se han convertido en objetivos. Quién sabe las consecuencias que esto tendrá para la presencia internacional en las capitales de África subsahariana.