Entrevistado ayer en el podcast Africa Today de la BBC, un experto del Real Museo de África (Bruselas) explicaba que las motivaciones del grupo rebelde M23 que gana terreno en el este de la República Democrática del Congo (RDC) son difíciles de discernir: a corto plazo no parecen tener una estrategia de objetivos políticos claros; a largo plazo, no obstante, son la última manifestación del intento por parte del gobierno tutsi de Ruanda de asegurar la seguridad de la etnia banyamulengue (tutsis congoleños) y continuar la explotación ilegal de los recursos naturales del Congo oriental (especialmente el coltán). Un conflicto que, como escribí ayer, de una forma u otra lleva ya 18 años en activo, y cuyo último giro demuestra la casi imposible labor de pacificar la región africana de los Grandes Lagos. [Aviso: Para seguir todos los detalles de esta entrada conviene haber leído mi anterior comentario sobre el Congo.]

A día de hoy los rebeldes de M23 controlan algunos pueblos en la frontera con Uganda, así como la importante ciudad de Goma, capital de Kivu Norte y hogar de un millón de personas. Ayer se informó de que además habían arrebatado a las fuerzas del gobierno la ciudad de Sake en la carretera que conduce a Bukavu, capital de Kivu Sur. Hoy nos hemos enterado de que el jefe de las fuerzas armadas congoleñas, el General Gabriel Amisi, se ha mantenido ocupado vendiendo armas y municiones a otros grupos rebeldes. En total parece haber unos 11 grupos de insurgentes operando en el este de RDC, de los cuales 3 son fuerzas extranjeras operando contra sus respectivos gobiernos (Uganda, Ruanda y Burundi), mientras que el resto son grupos de soldados insurrectos, bandidos armados y grupos comunitarios de defensa que han cometido incontables atrocidades en la región.
Los rebeldes de M23 son antiguos miembros del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), una milicia que entre 2006 y 2009 combatió al gobierno del presidente Joseph Kabila. El líder del CNDP era Laurent Nkunda, un banyamulengue (tutsi congoleño) que se unió al Frente Patriótico Ruandés contra el régimen extremista hutu durante el genocidio de 1994, y que luego volvió al entonces Zaire para sumarse a la rebelión de Laurent Kabila contra Mobutu Sésé Seko en la Primera Guerra del Congo (1996-1997). A pesar de haber apoyado a Kabila inicialmente, Nkunda se volvió contra él en 1998, uniéndose al Reagrupamiento Congoleño para la Democracia en la Segunda Guerra del Congo (1998-2003). Tras el fin de las hostilidades ocupó brevemente la posición de coronel y después general en el ejército congoleño, pero en 2007 volvió con a la región de los Kivus y al poco fundó el Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo. Irónicamente Nkunda, el rebelde banyamulengue por antonomasia, fue arrestado en 2009 por el gobierno tutsi de Ruanda, que acordó entregarlo al presidente Kabila a cambio de tener paso franco para atacar a las milicias genocidas hutus que aún operaban en los Kivus.

El grupo armado M23 (Movimiento 23 de Marzo) fue fundado en abril de 2012 por ex-rebeldes banyamulengues, muchos de los cuales llevaban 18 años luchando junto con Laurent Nkunda y sirviendo de instrumentos extraoficiales de los intereses ruandeses en la República Democrática del Congo. Como es usual en golpes de estado y motines militares, las motivaciones de M23 mezclan lo político con lo material: según sus propias declaraciones se amotinaron debido al incumplimiento del acuerdo de paz de 2009 por parte del gobierno, que no permitió al CNDP asumir el rol político que le correspondía, así como debido a un supuesto agravio comparativo tras su fallida integración en las Fuerzas Armadas congoleñas, donde no se les pagaba suficiente ni se les proporcionaba los recursos adecuados (una queja perenne de los militares insurrectos en África). En la actualidad parece que están mejor armados y equipados, con nuevos uniformes y armas diferentes de las que tiene el ejército congolés; de hecho,son precisamente las características de su equipamiento lo que hace sospechar que reciben apoyo militar de Ruanda. Según un reciente informe de International Crisis Group, los rebeldes de M23 están ya emulando a sus predecesores en la región, habiendo organizado su propio sistema de gobierno y tributación en las áreas bajo su control.
Cabe preguntarse por qué las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (con unos 150.000 efectivos) no han sido capaces de derrotar a las escasas tropas de M23 (no más de 6.000 en la estimación más generosa), o a los otros grupos rebeldes del Congo oriental. Sobre todo coneal apoyo logístico que reciben de MONUSCO (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo, sucesora de MONUC): una fuerza de 19.000 cascos azules desplegada en 2010 para proteger a la población civil, y que de hecho es la única organización más o menos funcional en la región (sobre todo en términos de transporte aéreo). El problema es que las Fuerzas Armadas se nutren del mismo tipo de perfil sociológico que los rebeldes: jóvenes pobres e indisciplinados, carentes de la necesaria formación táctica y profesional, y más que dispuestos a “vivir de la tierra” mediante el contrabando y la extracción de “impuestos” ilegales de la población. Respecto a las autoridades civiles financiadas y promovidas por la ONU y los países donantes, mayoritariamente se trata de funcionarios corruptos y caudillos políticos que ostentan su poder sin gran preocupación por la ley o las reglas de una democracia.

El caos aparentemente inagotable de la región de los Kivus en el Congo oriental ejemplifica el peor caso posible de reconstrucción post-conflicto fracasada: un gobierno que no es democrático salvo en apariencia, un ejército incapaz y predatorio, unos vecinos que añaden combustible a los conflictos étnicos, una misión internacional incapaz de usar sus recursos para poner orden, unos donantes que no se preocupan mucho por una esquina olvidada del mundo, y una población civil que no deja de sufrir sin entender porqué no viene nadie en su ayuda. Hace tiempo que muchos se cuestionan la viabilidad de RDC como país: es demasiado extenso, con una geografía demasiado intransitable, con demasiados grupos étnicos diferentes, y para colmo está encerrado en el mismo corazón del inmenso continente que es África. Yo lo que cuestiono es la voluntad de la comunidad internacional de poner remedio a esta crisis interminable, así como los motivos de los países vecinos más responsables, especialmente la Ruanda del presidente Paul Kagame, de la que ya escribiré aquí más adelante.