Esta noche se celebra el tercer y último debate entre Barack Obama y Mitt Romney antes de las elecciones presidenciales del próximo martes. A las 3 de la madrugada (9 de la noche, hora de la costa este de Estados Unidos) los candidatos discutirán en el estado clave de Florida sus propuestas sobre política exterior. Es bastante fácil anticipar el tono del debate: Obama defenderá la salida de las tropas de Irak y el asesinato de Osama bin Laden, mientras que Romney invocará la terrible situación en Siria y el programa nuclear iraní como pruebas de la debilidad del presidente. Se dice que los americanos nunca votan en base a la política exterior, por lo que es posible que éste sea el debate menos visto en Estados Unidos. En el resto del mundo, no obstante, es probable que estemos bastante más atentos, ya que todos recordamos lo que ocurrió bajo el último presidente republicano, George W. Bush.
Empecemos aclarando un factor fundamental: la política exterior es el único ámbito de la política de EEUU que el presidente puede moldear más o menos por sí sólo. El Congreso americano ostenta varios poderes, como la aprobación de tratados, de los presupuestos de defensa y asuntos exteriores, o de las declaraciones de guerra. Pero en la práctica el presidente no firma tratados que no se van a aprobar en el Senado, los congresistas nunca votan para gastar menos en defensa (porque las bases y fábricas dan empleo a sus votantes), y Estados Unidos ya no declara guerras. En las últimas décadas, los presidentes han asumido con gusto y expandido sus poderes de política exterior para compensar sus limitaciones en asuntos interiores, dando lugar a lo que algunos han dado en llamar “la presidencia imperial”: un aparato de grandes ejércitos y fuerzas diplomáticas y de inteligencia al servicio del “líder del mundo libre”.
Sólo cuando se entiende esta libertad de movimiento pueden explicarse las enormes diferencias de política exterior (en un país por lo demás muy reticente al cambio) entre Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Clinton fue -en términos americanos- un internacionalista liberal: partidario de las intervenciones humanitarias en Somalia y Kosovo, y promotor de la participación de Estados Unidos en tratados internacionales. Obama está siendo mucho más realista: aunque su retórica habla de un nuevo liderazgo mundial, en la práctica ha mantenido -e intensificado- una guerra no declarada de drones por todo Oriente Medio y busca retirarse de conflictos intratables en lugar de intervenir para intentar solucionarlos. Y en medio tuvimos a George W. Bush.
Lo que mucha gente olvida de Bush es que durante la campaña presidencial de 2000 toda su plataforma de política exterior se basaba en rechazar el internacionalismo de la era Clinton, y por encima de todo la “construcción de estados” que el presidente había promovido en Haití o Bosnia. En un artículo para la revista Foreign Affairs, la entonces asesora de Bush Condoleezza Rice argumentaba que EEUU debería mantener “una política exterior disciplinada y consistente que separe lo importante de lo trivial”. Por tanto, lo que todo el mundo esperaba del equipo de política exterior de Bush -veteranos de administraciones anteriores a quienes se llegó a conocer como “los Vulcanianos“- era unos Estados Unidos más prudentes.
Entonces ocurrieron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y los Vulcanianos se dedicaron durante los siguientes 12 meses a cambiar la política exterior americana de forma nunca vista. La expresión teórica de esta nueva forma de pensar fue la famosa “doctrina Bush” sobre agresión positiva y guerra preventiva; la expresión práctica más impactante y dramática fue la invasión de Irak en 2003. Este cambio fue diseñado en buena parte por aquellos Vulcanianos que defendían el pensamiento neoconservador: políticos, funcionarios y analistas que creían que Estados Unidos debía mantener el mayor ejército del mundo y emplearlo para difundir sus valores de libertad y democracia; individuos que nunca llegaron a entender porqué tras la guerra de Kuwait de 1991 no se derrocó a Saddam Hussein, a quien consideraron durante toda la década de los 90 una de las mayores amenazas del mundo.
El resto es historia. La derrota de los republicanos en las elecciones al Congreso de 2006 marcó el comienzo del declive de los neoconservadores (o “neocons”). Y este cambio de tendencia se ratificó en la victoria de Barack Obama frente a John McCain, un veterano político cuya campaña se identificaba demasiado con las políticas de Bush.
En la campaña de 2012, no obstante, volvemos a encontrarnos con un candidato republicano a la presidencia que combina en su equipo a pensadores neocons con expertos de corte más realista, las dos ideologías de política exterior que han batallado por el control de partido republicano durante la última década. Mitt Romney tiene actualmente un equipo de 24 asesores especiales sobre política exterior y seguridad nacional, de los cuales dos tercios sirvieron en la administración de George W. Bush. Lo más interesante es que el grupo incluye tanto a neoconservadores acérrimos como a realistas más pragmáticos, y los analistas aún no tienen claro qué bando prevalecerá (si es que alguno lo hace) en una administración Romney.
En su discurso de política exterior del pasado 8 de octubre Romney articuló sus principales críticas a Obama: el asesinato de los diplomáticos americanos en Libia, su relación no perfecta con el primer ministro de Israel, el supuesto programa nuclear de Irán, o la falta de apoyo a los rebeldes en Siria. Y añadió las habituales promesas genéricas de los candidatos republicanos: más gasto militar, más apoyo a los aliados y a Israel, más libre comercio, etc. En resumen, una mezcla de argumentos neoconservadores y realistas que manifiesta la tensión existente en círculos republicanos entre aquellos que dan más importancia a los valores y aquellos que priman el cálculo estratégico por encima de todo.
Quizás el debate de esta noche nos ofrezca algunas pistas sobre cómo se decantaría Romney como presidente. ¿La clave? Sólo hay que prestar atención a si el candidato republicano emplea más veces la expresión “intereses americanos” que “valores americanos”. En caso de que venza la segunda quizá debamos empezar a plantearnos qué haríamos frente a una nueva presidencia neoconservadora.