Estoy releyendo estos días Shake Hands with the Devil (“Estrechar la mano del diablo”), la excelente autobiografía militar del ex-teniente general canadiense Roméo Dallaire, comandante de la misión de Naciones Unidas a la que no se permitió intervenir para evitar el genocidio de Ruanda de 1994. Dallaire describe al detalle las intrigas políticas que dominan entre bambalinas la creación de cualquier misión de cascos azules, y hace una de las mejores observaciones que he leído sobre la relación entre los estados y la ONU, tan brutalmente franca que no me puedo resistir a compartirla:
Los estados miembros no quieren unas Naciones Unidas importantes, de confianza, fuertes e independientes, no importa lo que digan en sus hipócritas declaraciones. Lo que quieren es una organización débil, expuesta y endeudada que sirva de chivo expiatorio al que acusar por sus propios fracasos y al que robar sus triunfos.