La crisis de liderazgo en África subsahariana

Cuando pensamos en África subsahariana a menudo nos vienen a la cabeza imágenes de guerra civil, refugiados, hambrunas o pandemias como el SIDA o la malaria. Esta es una visión injusta y simplista, como no dejará de aclarar cualquier persona que haya visitado la región, pues el continente africano tiene muchas más caras, algunas de ellas muy positivas: activistas pro-democracia, éxitos empresariales, milagros del desarrollo sostenible, o escenas culturales vibrantes y enriquecedoras. Pero hay una triste generalización que sí se puede hacer sin remilgos sobre la mayoría de países africanos: la pésima calidad de su liderazgo político. Y es que detrás de la pobreza, de la degradación medioambiental, de la explotación de recursos y pueblos, casi siempre suele haber presidentes y caudillos que actúan como cómplices, instigadores, y a menudo beneficiarios del sufrimiento de otros. Por eso no sorprende la noticia de que, una vez más, el Premio Mo Ibrahim haya quedado vacante: una prueba más de que África necesita urgentemente líderes políticos honestos.

Mohamed Ibrahim -a quien tuve la suerte de escuchar en persona durante una visita a la Universidad de Cornell- es uno de los empresarios de mayor éxito en África subsahariana. Oriundo de Sudán, Ibrahim lanzó su carrera en el mundo de las telecomunicaciones en el Reino Unido, donde acumuló el capital suficiente como para fundar una de las empresas africanas de mayor éxito: la compañía de telefonía móvil Celtel, con presencia en 16 países africanos. Tras vender Celtel en 2005 al grupo Zain por unos 3.400 millones de dólares, Ibrahim decidió emplear su nueva fortuna para promover la democracia y el buen gobierno en su continente, de manera no muy diferente al multimillonario George Soros. A través de su fundación, Mo Ibrahim ha financiado en los últimos años dos iniciativas cruciales: en primer lugar, un ránking de buen gobierno en África; en segundo lugar, un premio a jefes de estado y gobierno democráticos que se retiren de la política voluntariamente.

Desde un punto de vista cínico, el “Premio Mo Ibrahim a los Logros en el Liderazgo Africano” puede interpretarse como un soborno: a cambio de abandonar la política al culminar su mandatos legal como presidente, el líder premiado recibe 5 millones de dólares en el acto así como un estipendio de $200.000 anuales durante el resto de su vida. La remuneración del premio -el mayor individual del mundo- se puede entender sólo cuando se conocen las condiciones en las que operan estos líderes: con sectores privados paupérrimos o dependientes del estado, en los países africanos el gobierno es la principal forma de obtener dinero, poder y reputación. Casi no existen posibilidades externas a la política, como las fundaciones y los circuitos de conferencias de los que viven los ex-presidentes europeos y americanos. La jubilación de un presidente, en gran parte de África, es un funeral tanto político como de bienestar. Por eso muchos se resisten a abandonar el poder.

La particularidad del Premio Ibrahim es que tiene unos requisitos bastante específicos, íntimamente relacionados con la calidad democrática de un país: sólo pueden aspirar al premio aquellos líderes que hayan gobernado bien, incrementado el nivel de vida de sus ciudadanos, y que se hayan retirado voluntariamente al alcanzar el número máximos de mandatos en el poder. En 2007, cuando se inauguró el premio, el galardonado fue el ex-presidente Joaquim Chissano de Mozambique. En 2008 el ganador fue el ex-presidente Festus Mogae de Botswana. En 2009 y 2010, no obstante, el premio quedó vacante debido a la falta de candidatos que cumpliesen con los requisitos: por desgracia para los africanos, no es raro encontrarse presidentes que tratan de eliminar las restricciones al número de mandato o que se niegan a marcharse por las buenas. En 2011 el premio pudo concederse de nuevo, esta vez al ex-presidente Pedro Pires de Cabo Verde. Pero en 2012 volvemos a encontrarnos con una ausencia de candidatos.

Las acciones de Mohamed Ibrahim no están desprovistas de un cierto coraje: cada vez que el premio no se concede, el empresario está comunicando a todo el mundo de manera bastante explícita que faltan líderes democráticos en África sub-sahariana. Es una buena forma de hacerse enemigos en un continente donde tanto depende de las buenas relaciones personales. Pero es también el privilegio de los multimillonarios jubilados, cuyo sustento no depende ya de permisos, contratos y concesiones. Por encima de todo, al declarar el premio vacante por tercera vez en seis años, la Fundación Ibrahim nos recuerda la grave crisis de liderazgo que sufren los países Africanos, así como el papel central que juegan las instituciones políticas en el desarrollo económico.