Érase una vez en Mali

Con un giro del volante el viejo Mercedes 190E salió del asfalto maltrecho y se adentró en una pista de tierra casi imperceptible en la extensión de tierras semiáridas del Sahel. A ritmo de la fantástica música local que tronaba desde el radiocasette sorteamos durante horas arbustos secos, rocas y ganado escuálido hasta que por fin nos adentramos en el laberinto de valles rocosos que es el país Dogón. Así llegamos a la pequeña aldea de Borko: varios cientos de casas de adobe apiñadas entre sí en mitad de un fértil valle con un pantano habitado por cocodrilos sagrados. Nos habíamos salido del mapa, y al hacerlo nos habíamos topado con una comunidad sin electricidad, sin agua corriente, sin línea de teléfono ni recepción de móvil, pero llena de esa generosidad y hospitalidad que es tan común en el África rural. La fecha era 26 de mayo de 2009 y el lugar era Mali, una de las pocas democracias consolidadas de África occidental. Tres años y medio más tarde esa misma región del país Dogon que aspiraba a convertirse en destino turístico ha quedado relegada a territorio fronterizo en un conflicto que ha desintegrado el país, cuyos despojos se han repartido entre los radicales islamistas del norte y los militares y políticos corruptos del sur.

En 2009 Mali era un foco de estabilidad en el Sahel y en toda África occidental. Nada de guerras civiles como en Sierra Leona, Liberia o Costa de Marfil; ni golpes de estado como los de Guinea o Níger; ni criminalidad y narcotráfico como en Guinea-Bissau. El país llevaba dos décadas experimentando con la democracia multipartido, y el presidente Amadou Toumani Touré (“ATT” como se le conocía popularmente) gobernaba el país desde 2002 sin trazas de la corrupción ni el favoritismo étnico que tanto aflige a otras democracias jóvenes en África. Mali era uno de los casos cruciales para el argumento de que la pobreza y la democracia son compatibles, teniendo un índice de desarrollo humano comparativamente bajo pero habiendo resistido sin problemas una alternación de poder entre dos presidentes democráticamente elegidos. Como reconocimiento del compromiso del gobierno con el desarrollo y la democracia, Mali recibía ayuda al desarrollo tanto de organismos internacionales como de donantes bilaterales (incluyendo España), y se había convertido en uno de los aliados de Europa y EEUU en la lucha contra el terrorismo islamista en África.

Mapa de Mali

El único problema grave que tenía Mali era la fallida integración de los pueblos seminómadas tuareg que habitaban en el remoto norte del país, en esa tierra de nadie que es el Sáhara entre Níger, Mali, Mauritania y Argelia. Un problema que estalló de forma totalmente imprevista a principios de este año, como si los conflictos endémicos de buena parte de África se hubieran acordado por fin de Mali.

Al parecer muchos guerrilleros tuareg tomaron parte en la guerra civil libia en 2011 (en ambos bandos), y tras su regreso a Mali algunos de ellos fundaron el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad, un grupo armado acusado de colaborar con al-Qaida en el Magreb Islámico y que en enero de este año lanzó una rebelión en el norte del país.

El ejército de Mali no tenía ni los medios ni la disciplina para hacer frente a una insurgencia militar organizada. Aprovechando la inestabilidad, en marzo un grupo de militares descontentos organizó con éxito un golpe de estado, depuso al presidente ATT, y suspendió la constitución (aparentemente inmunes a la ironía de haberse llamado a sí mismos el Comité Nacional para la Restauración de la Democracia y el Estado).

En el caos resultante los rebeldes tuareg se apoderaron de la mitad norte del país, declarando su independencia y situando su base en Tombuctú. Apenas tuvieron tiempo para celebrarlo, no obstante, ya que con la retirada de las autoridades malienses varios grupos radicales islamistas que habían apoyado la rebelión -incluyendo a al-Qaida- se volvieron contra las fuerzas tuaregs, expulsándoles de buena parte de la región y declarando su intención de formar un estado islamista.

Rebeldes islamistas en Tombuctú

La situación actual es complicada, y a pesar de la posible intervención de la comunidad internacional no está claro cómo se puede restaurar el Mali que conocí en 2009. La principal organización regional -la Comunidad Económica de Estados de África Occidental– logró que los militares insurrectos acordaran una transición a un gobierno transicional de unidad nacional, pero la tenue alianza entre facciones tan dispares sólo ha resultado en una sucesión de promesas vacías que no ha hecho nada para evitar el descenso del país hacia una severa recesión económica. Mientras tanto una inevitable crisis humanitaria se cierne sobre la población del país.

La semana pasada el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó una resolución que legaliza una intervención armada internacional en el norte de Mali; pero como de costumbre se encarga a las organizaciones africanas llevarla a cabo, lo cual resultará probablemente en un despliegue de tropas mal equipadas, mal entrenadas y con escasa preocupación por los derechos humanos. Respecto a la Unión Europea, que es quien verdaderamente podría hacer algo, por ahora su apoyo se limita a proporcionar entrenamiento al ejército de Mali. Y en este caso España, como era de esperar, se ciñe al 100% a lo que decidan hacer los 27 en su conjunto.

Aldea de Borko

Me pregunto cuánto habrán afectado la rebelión y el conflicto entre tuaregs e islamistas a los aldeanos de Borko. Como nunca llegaron a recibir servicios públicos quizás no lo hayan notado tanto como los habitantes de Bamako o Tombuctú. Es verdaderamente triste pensar que quizás haya sido su pobreza extrema y su aislamiento lo que les haya mantenido al margen del conflicto que está destruyendo a su país. Y más triste aún es contemplar cómo los que podríamos ayudar nos mantenemos cómodamente al margen, en el mundo de las declaraciones y los reportajes de 90 segundos en el telediario.