Elecciones en Estados Unidos: Qué significa el voto de hoy

A estas horas se preparan los votantes en Estados Unidos para elegir a un presidente, 435 miembros de la Cámara de Representantes y 33 senadores, además de una miríada de cargos estatales y locales que definirán la política americana durante los próximos dos años. Inevitablemente los no americanos nos concentraremos esta noche en los resultados presidenciales, incluso cuando la renovación de representantes y senadores puede tener un notable impacto en las políticas exteriores que tanto nos afectan. Pero la lucha entre Barack Obama y Mitt Romney por la presidencia no es sólo una elección entre líderes, políticas, o incluso entre partidos. Por encima de todo es una elección en torno a la esencia misma de América.

Lluis Bassets reflexionaba hace un par de días sobre la marcada diferencia sociológica entre un mitin de Romney y uno de Obama. En los eventos republicanos suele haber personas de todas las etnias en el escenario detrás del candidato, pero no así entre el público frente a él: los activistas republicanos suelen ser hoy en día personas blancas de mediana edad, principalmente hombres. En cambio los mítines de Obama demuestran una vez más la diversidad social del partido demócrata: jóvenes, mujeres, afroamericanos, latinos, judíos, etc. Ya he escrito en una entrada anterior sobre la creciente división demográfica de la política americana, pero en estas elecciones no me parece lo más interesante.

La clave de estas elecciones la formuló la semana pasada el embajador estadounidense en España, Alan D. Solomont, en una conferencia en la Universidad de Sevilla. Citando un artículo de The New York Times, Solomont argumentaba que la elección que hoy se celebra trata fundamentalmente sobre la identidad americana, no en el sentido étnico, sino en el cívico: los americanos deciden hoy sobre qué relación debería tener un ciudadano con su gobierno.

La disputa entre más o menos intervención del estado en la vida de los ciudadanos es común a todos los países occidentales: más impuestos o menos, educación pública o privada, etc. Pero es que en Estados Unidos el discurso del partido republicano en los últimos años se ha centrado casi exclusivamente en la cuestión del papel del estado. Alentados por un Tea Party que pareció apoderarse de las bases del partido con la elección de Obama en 2008, los candidatos republicanos que hoy se presentan ante los votantes se han convertido en adalides del libertarismo político: la idea de que el estado es casi por definición una violación de los derechos y libertades del individuo, y que por lo tanto debe ser reducido a su mínima expresión.

El político libertario más prominente en Estados Unidos es Ron Paul, que cuenta con el apoyo de un 10-15% de los militantes republicanos y propone abolir gran parte del gobierno federal. El candidato republicano a la vicepresidencia, Paul Ryan, se ha hecho famoso como congresista por promover una austeridad fiscal inflexible, según la cual hay que recortar gastos e impuestos al mismo tiempo (independientemente de que los economistas digan que eso es poco realista). Y muchos otros candidatos han firmado una “promesa” de nunca subir los impuestos mientras ocupen un cargo electo; una iniciativa promovida por un activista e ideólogo llamado Grover Norquist, quien sin ostentar ningún poder real se ha convertido en una de las figuras más influyentes del partido republicano.

El héroe de Paul Ryan, Norquist y otros es sin lugar a dudas el difunto ex-presidente Ronald Reagan (1980-1988), quien famosamente dijo que “el gobierno no es la solución, es el problema”. Cualquier otro político que no se ciña a este estricto mantra es objeto de suspicacia y rechazo por parte de los republicanos. Eso incluye a George W. Bush (2000-2008), que se ha desvanecido como un mal sueño de la escena política americana, pero también a su padre, George H. W. Bush (1988-1992), quien cometió el pecado de subir los impuestos para intentar rescatar la economía del agujero al que la habían llevado las políticas de Reagan. Y por supuesto incluye a Barack Obama, a quien el Tea Party ha demonizado como una especie de socialista totalitario que aspira a acabar con las libertades individuales.

El individualismo antiestatista de algunos republicanos encuentra apoyo entre los votantes debido a la tenacidad del llamado “Credo Americano”: la idea de que Estados Unidos se fundó como un paraíso liberal en el que individuos libres pudieron al fin trazar su propio camino en el mundo. Es el mito de los peregrinos puritanos, de los padres fundadores, de la frontera, de la fiebre del oro, e incluso hoy día es el mito de los inmigrantes mexicanos que arriesgan sus vidas para participar en el sueño americano. Las instituciones públicas se han construido en Estados Unidos a regañadientes y después de décadas de esfuerzo, y por eso no sorprende que algunas iniciativas demócratas que a los europeos nos parecen perfectamente razonables hayan fracasado estrepitosamente (por ejemplo el intento de crear alguna clase de sanidad pública, promovido por Hillary Clinton cuando era primera dama y más recientemente por Obama).

El gran enigma de estas elecciones es Mitt Romney. Como candidato republicano durante las primarias, Romney se ha visto obligado a asumir posiciones libertarias y antiestatales como el que más. No obstante, como gobernador republicano del tradicionalmente demócrata estado de Massachussets (2003-2007) Romney aprobó una ley de sanidad pública similar a la que ha intentado adoptar Obama para todo el país. En estas últimas semanas de campaña el ex-gobernador parece haber vuelto a sus instintos más moderados, lo cual no es sorprendente ya que las primarias se ganan en los extremos, las elecciones en el centro. Pero la pregunta que todos los analistas se hacen es qué Romney nos encontraríamos en la Casa Blanca: ¿el moderado centrista, o el inflexible partidista? Y lo que es más importante: ¿podría un presidente Romney plantar cara a un congreso republicano cada vez menos dialogante y agitado por la retórica de Grover Norquist y el Tea Party?

Esa es la verdadera importancia de esta elección: lo que se decide no es quién gobernará América durante los próximos años, sino qué es América y a qué aspiran los americanos.