Mi primer artículo en la revista digital Foreign Policy: “Una nueva estrategia militar para España: De la defensa territorial a la seguridad naval“.
Category: Relaciones internacionales
Estoy releyendo estos días Shake Hands with the Devil (“Estrechar la mano del diablo”), la excelente autobiografía militar del ex-teniente general canadiense Roméo Dallaire, comandante de la misión de Naciones Unidas a la que no se permitió intervenir para evitar el genocidio de Ruanda de 1994. Dallaire describe al detalle las intrigas políticas que dominan entre bambalinas la creación de cualquier misión de cascos azules, y hace una de las mejores observaciones que he leído sobre la relación entre los estados y la ONU, tan brutalmente franca que no me puedo resistir a compartirla:
Los estados miembros no quieren unas Naciones Unidas importantes, de confianza, fuertes e independientes, no importa lo que digan en sus hipócritas declaraciones. Lo que quieren es una organización débil, expuesta y endeudada que sirva de chivo expiatorio al que acusar por sus propios fracasos y al que robar sus triunfos.
Entrevistado ayer en el podcast Africa Today de la BBC, un experto del Real Museo de África (Bruselas) explicaba que las motivaciones del grupo rebelde M23 que gana terreno en el este de la República Democrática del Congo (RDC) son difíciles de discernir: a corto plazo no parecen tener una estrategia de objetivos políticos claros; a largo plazo, no obstante, son la última manifestación del intento por parte del gobierno tutsi de Ruanda de asegurar la seguridad de la etnia banyamulengue (tutsis congoleños) y continuar la explotación ilegal de los recursos naturales del Congo oriental (especialmente el coltán). Un conflicto que, como escribí ayer, de una forma u otra lleva ya 18 años en activo, y cuyo último giro demuestra la casi imposible labor de pacificar la región africana de los Grandes Lagos. [Aviso: Para seguir todos los detalles de esta entrada conviene haber leído mi anterior comentario sobre el Congo.]
Estos días aparecen de vez en cuándo en las noticias imágenes de un conflicto africano más, que para muchos resulta completamente indistinguible de cualquier otro conflicto africano. Las imágenes que nos asaltan a la hora de comer esta semana tienen un trasfondo de vegetación frondosa y tonos verdes y marrones; quizás ésa sea la única forma de diferenciar esta guerra olvidada de otras que parecen tener lugar en parajes áridos y desérticos (como Mali). El conflicto en cuestión es el último episodio de insurgencia en las provincias orientales de la República Democrática del Congo, protagonizado por un grupo de rebeldes que se llaman a sí mismos Movimiento 23 de marzo (M23) y que -se sospecha- gozan de apoyo de la vecina Ruanda. Hoy M23 aparece en las noticias porque han arrebatado la capital regional, Goma, a las fuerzas del ejército congolés. Pero no es éste el primer grupo rebelde que amenaza a la población de Goma; ni es probable que sea el último.
Tras semanas de llamadas a la acción, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO, o ECOWAS en sus siglas en inglés) ha aprobado el despliegue de una misión para ayudar al gobierno de Mali a reconquistar la mitad norte del país, actualmente bajo el control de al-Qaida en el Magreb Islámico y de rebeldes tuareg. En circunstancias normales la noticia sería un soplo de aire fresco para un país actualmente desintegrado como es Mali. Conociendo las operaciones pasadas de ECOWAS, no obstante, el optimismo puede que no esté tan justificado.
Regreso tras una semana alejado de internet con ganas de seguir explorando el mundo que nos rodea. Y en lugar de escribir sobre las elecciones de Estados Unidos (que ya he comentado aquí), hoy voy a escribir sobre la gran cuestión de política exterior a la que el hombre que resulte elegido presidente mañana tendré que enfrentarse de alguna forma: el auge económico y político de una dictadura comunista de mercado de 1.300 millones de personas que ostenta la segunda mayor economía del mundo, y cuyos efectos en el sistema internacional son difíciles de predecir: China.
Anoche se celebró el tercer debate presidencial en Estados Unidos, esta vez dedicado por completo a la política exterior. En general el tono y el contenido se ciñeron a lo que todo el mundo esperaba: básicamente Mitt Romney acusó a Barack Obama de reducir el tamaño del ejército, descuidar la alianza con Israel, no ser lo bastante duro con Irán, y no mostrar el liderazgo de EEUU en Siria; y Obama le replicó cuestionando la veracidad y sabiduría estratégica de cada uno de sus argumentos. Una de mis frases favoritas de la noche -claramente ensayada por Obama con su campaña- fue: “Gobernador, respecto a nuestra política exterior, usted parece querer aplicar las políticas de los años 80, igual que las políticas sociales de los años 50 y las económicas de los años 20.” Esta crítica podría considerarse un poco injusta, si no fuera porque minutos antes Romney había dicho: “Mi estrategia es bastante sencilla: perseguir a los malos, hacer todo lo posible para interrumpirles, para matarles, para quitarles de en medio”. Al escuchar esto instintivamente me entraron ganas de gritar: ¡G.I.Joe!